Esta noche escuché 'El Larguero', el programa de deportes de la Cadena Ser. Yago de Vega, el presentador, entrevistó a Álvaro Morata, jugador de la Selección y de la Juventus italiana. En la charla repasaron la trayectoria deportiva del madrileño, que debutó con el Real Madrid a los 18 años. A Morata le preguntaron si era más complicado llegar a la élite o mantenerse en ella. "Hay muchos jugadores que llegan y no consiguen mantener el nivel, lo más difícil es mantenerse", respondió.
Muchos alcanzan la cúspide y otros se quedan a medio camino. Quique Rivero (Cabezón de la Sal, 1992), que tiene los mismos años que Morata (23), llegó a lo más alto con 19: debutó en Primera con el Racing de Santander. En ese momento Rivero es un hombrecito, probablemente ha terminado el bachiller hace poco y encima juega en la máxima categoría del fútbol español en el club de sus amores. La vida le sonríe, desde luego.
Luego se subió a un avión durante varias horas para jugar en el Tenerife, en Segunda, y ahí estaba él: un cántabro en las islas (parece el título de una película de Paco Martínez Soria). Allí vivió momentos felices, pero tal vez también el peor de su carrera deportiva. En el segundo año en Canarias, el entrenador Raúl Agné dejó de contar con él. A veces esas cosas pasan en el fútbol. Y de la sonrisa de oreja a oreja, así, sin previo aviso, pasas a hundirte.
Rivero tocó la élite muy pronto, y para él ha sido difícil mantenerse. Ahora tiene 23 años y calidad de sobra, pero entre unas cosas y otras está en Segunda B. Ha retrocedido con el paso de los años. Lo bueno es que en el Cartagena ha recuperado la autoestima, tiene ganas de jugar, sonríe, disfruta y se divierte, síntomas que indudablemente se traducen en el campo. Con confianza y seguridad uno es imparable.
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